


Dos de
negros, una de azules, otra de verdes… Los premios de la Academia de las Artes y
Ciencias Cinematográficas vienen este año con un amplio abanico multicolor.
Pero, más allá del arco iris –que cantarían en El Mago de Oz- y del maquillaje
superficial, predominan los tonos grises.
Debe de ser
un efecto psicológico de la tremenda crisis financiera que golpeó en 2009 a todo el planeta, pero
especialmente a Estados Unidos, pero ¡qué mala onda cargan este año los
Oscar! Aunque la mayoría de los casos se cierran con algún tipo de redención,
se sufre mucho mirando las candidatas de este año. De una epopeya
autodestructiva (“Avatar”) a una mirada a la siempre patética intimidad de una
guerra (“Vivir al límite”); de golpeados por la vida (“The blind side”, “Preciosa”,
“An education”) a vidas vacías o –al menos- insatisfechas (“Un hombre serio”).
Si hasta la supuesta comedia del paquete (“Amor sin escalas”) aborda la
tragedia del recorte de personal en una empresa y la de dibujitos (“Up”) hace
llorar a moco tendido…
Las
candidatas al Oscar de este año no divierten. Algunas entretienen, como
“Avatar” o “Up”, pero no divierten. Se sufre, se reflexiona, se aprende, pero
sólo a ratos se sonríe en “The blind side”, “Amor sin escalas”, hasta
“Preciosa” o la misma “Up”. Apenas “Bastardos sin gloria” y “Sector 9” –dos de las que están de
relleno en la lista, más allá de sus virtudes y de los galardones menores que
puedan llegar a ganar ambas- proponen una mirada lúdica, pero abordando temas
de por sí poco simpáticos.
Los premios
de Hollywood se convierten así en una manifestación de lo que en realidad
siempre fue la naturaleza misma del cine y en general –desde la época de los
griegos- el sentido de contar historias: la catarsis, la generación de
emociones en el público como forma de limpieza espiritual, como liberación
emotiva para evadirnos de nuestros problemas cotidianos y luego seguir
encarando la vida tal y como es.
Por eso me
parece superfluo todo el debate que se armó en torno al mensaje que deja una u
otra candidata al Oscar. Toda historia tiene su mensaje, pero en este caso –como
decía Marshall McLuhan- el principal mensaje es el medio. Ni James Cameron
pretende que salgamos corriendo a salvar la Amazonía, ni Kathryn Bigelow que Obama saque a
las tropas de los países invadidos, ni Lee Daniels o John Lee Hancock que
adoptemos un negro pobre, ni mucho menos Disney-Pixar quiere que nos rebelemos
en serio contra el sistema. Todos ellos lo único que buscan es que pensemos y
que sintamos. Y que luego continuemos nuestra vida, acaso siendo un poquito
mejores.
¿Quién
gana?
Es
inevitable. Cualquiera que hable de los Oscar tiene que hacer su quiniela.
Salvo que uno sólo tenga interés por el glamour que se exhibe en la alfombra
roja, ver la ceremonia por TV sin tener sus propios favoritos es como mirar una
competencia deportiva sin tomar partido por algún contendiente. Yo tengo mis
preferidos en muchas categorías, pero sólo voy a hablar de la principal, que
este año –por motivos que no alcanzo a entender- se hizo más larga que un
listado de beneficiarios de la
ANSES. ¿Para qué ponen diez, si hay una que se destaca tanto
sobre el resto?
Porque,
convengamos, “Avatar” no tiene rival. Nada más alejado de mi gusto que las
superproducciones multimillonarias y los casi tan multimillonarios bombardeos
publicitarios, pero objetivamente hay que reconocer que es la más completa y
compacta de las películas que se presentan este año. Además, es Hollywood en
estado puro: mucho espectáculo, muchos efectos y una historia narrada con
eficacia y con un mensaje positivo. Aunque precisamente le falla la moraleja y
cada quien la interpretó a su manera, desde los que ven una crítica severa al
militarismo yankee a los que ven una apología de ella, desde los que defienden
a los humanos que se jugaron por esos señores azules hasta los que los critican
por traidores a su especie…
Más allá de
mi convicción de que el mensaje no es lo más importante de la película (aunque la Academia tiene tendencia
a premiar las buenas intenciones), tengo serias dudas respecto a la moraleja.
Antes que nada les digo que “Avatar” no me parece más que una versión –acaso
menor- de “Dune” (la joya de David Lynch de los años 80) pero con un buen
packaging y -en tiempos de inmediatez y del “todo servido”, en los que la
metáfora como recurso está de capa caída por el riesgo cierto de que muchos no
la entiendan- “bajada a tierra”. Esos tipos azules no son seres de otras
galaxias a los que debemos respetar por su mera existencia: son de los
nuestros, tal vez no en su morfología felina, pero sí en sus comportamientos y
en su cosmovisión. Son nuestros aborígenes trasladados -por la magia de la
narrativa- a otro planeta al que el humano tarda seis años en llegar (¿están a
seis siglos de nuestra civilización?). Es nuestra gente y son nuestros recursos
naturales, por eso hay que defenderlos, por eso simpatizan al público mucho más
que esos bichos raros de “Dune”, por eso tiene que llegar una persona blanca y
de ojos celestes, cabalgando a lomos de un corcel mitológico (en la de Lynch
era la gran serpiente, vaya diferencia), para salvarlos (¿por qué ellos nunca
pueden salvarse solos?) de la feroz avaricia de una (¿la?) empresa blanca y de
ojos celestes. O sea, que la moraleja puede ser tanto una como la contraria. Y
puestos a analizar metáforas, ¿por qué no se sienten aludidos todos esos
indigenistas que se disfrazan por pasatiempo o para calmar su conciencia, pero
siempre terminan mostrando la hilacha? Y puestos a pensar en general,
¿realmente les queda claro quién es el que gana al final?
Pero
insisto: independientemente de la guerra de mensajes, metáforas, parábolas y
otras yerbas que se generó en torno a ella, “Avatar” tiene que ganar el Oscar a
la mejor película. Se lo merece. Porque es un premio al cine, no a la política
de Estado o a la moral más elevada. Y el cine consiste, simple y llanamente, en
contar bien una buena historia.
Por eso me
hubiera gustado que tenga alguna chance “The blind side”, que significa “El
lado ciego” pero acá la rotularon con algún título inexpresivo y de saldo del
cual no me acuerdo. Es otra gran historia, más íntima y –si se quiere-
controvertida, cargada de emociones. Funde el prototipo estadounidense del
“hombre hecho a sí mismo desde la nada” con la denuncia de ese sueño porque ese
hombre invariablemente necesita una mano para conseguirlo y no siempre hay
alguien dispuesto a darla; es más, ese pequeño héroe cotidiano (encarnado aquí
por Sandra Bullock) encuentra en su camino redentor casi tantos obstáculos como
el gran héroe/antihéroe que nace de cenizas. Es mi película favorita, pero,
resignados a la derrota de cualquier película que no sea la de Cameron, me
conformaría con ver alzando la estatuilla a la Bullock.
Pero no va
a ser fácil. Lo mismo sucede con una de sus principales contendientes,
“Preciosa”, una historia surgida de los suburbios y que se revuelca en ellos
para mostrar un cuento de hadas en toda su dimensión trágica. Una chica de 16
años, obesa, violada por su padre y embarazada de su segundo hijo (ambos de él),
precisamente por eso atacada por su madre celosa, retraída y sin horizonte, encuentra una maestra
que le da la confianza para salir adelante. De cara al mundo, la chica no se destacará
en ningún ámbito (como suelen reflejar los cuentos de hadas), pero triunfa
porque encarrila su vida. Y el recorrido posterior –como los cuentos de hadas
omiten deliberadamente y aquí se apunta en carne viva- es un camino de
lágrimas. El sistema es una mierda, pero a veces –gracias a alguien o a algo-
funciona. Las dos actrices –la principal y la secundaria- merecen el premio. Y
alguno se van a llevar seguro, porque la industria sabe que esta pequeña
propuesta se mece en los largos y todopoderosos brazos de Oprah Winfrey, que no
se puede ir con las manos vacías. Algunos hasta la ven haciendo sombra a la
epopeya de los muchachos azules…
Hablando de
hacer sombra, el marketing supo convertir una decisión tomada y anunciada, como
el triunfo de “Avatar” mañana por la noche, en una lucha desigual entre ésta y
“Vivir al límite”, una película de exiguo presupuesto y simplemente correcta,
inferior incluso a anteriores trabajos de su directora, Kathryn Bigelow. ¿Qué
pasa entonces? ¿Qué vio la
Academia, pero sobre todo la industria y la prensa, para
instalar este duelo? El morbo. El morbo de instalar frente a frente a Bigelow y
a su ex marido James Cameron, director y responsable casi absoluto de “Avatar”.
Así anda el cine, qué le vamos a hacer.
“Vivir al
límite” es un permanente homenaje –modesto y minimalista- a “Apocalypse now”,
trasladando su acción de las opresivas selvas vietnamitas al opresivo desierto
iraquí, donde un grupo de soldados se especializa en desactivar explosivos. Con
ese punto de partida, Bigelow recrea el ambiente opresivo de la obra maestra de
Coppola, la denuncia de una guerra sin sentido, incluso la locura de algunos de
sus personajes, hasta el punto de que el protagonista (Jeremy
Renner, firme candidato a la estatuilla, con permiso de Jeff Bridges) parece
una precuela del Marlon Brando que conocimos en Saigon. El secreto de “The hurt
locker” –un título mucho mejor que el que le dieron acá- está en su
irreverencia, en sus planteos políticamente incorrectos, hasta en sus desafíos
a los cánones cinematográficos y al star-system (las pocas caras conocidas que
salen en la película desaparecen en pocos segundos y siempre terminan mal).
Pero su lucha está tan condenada al fracaso como la “libertad duradera” que se
pregona en Irak.
De
este póker saldrá todo lo importante que pase esta noche, créanme. El resto se
repartirá los premios a actores secundarios, guiones, etcétera. Lo cual no
significa que entre el “relleno” haya trabajos imprescindibles como “An
education” (“Enseñanza de vida”, creo que se llama en Argentina) o “Up”. Y
otras que también merece la pena ver, como “Bastardos sin gloria” y “Un hombre
serio”, pero –por más Tarantino y hermanos Coen que les pongan la firma- jamás
debieron estar en el decálogo. A “Sector 9” y -sobre todo- “Amor sin escalas” (George Clooney incluido),
sinceramente, no sé qué les vieron.