Blog gratis
Reportar
Editar
¡Crea tu blog!
Compartir
¡Sorpréndeme!
todos me dicen
si te dicen que caí... es verdad
24 de Febrero, 2010    gente

Angustias

- ¡Mira, mira, abuela! ¡Ahí está nuestro pueblo!

El niño señalaba por la ventanilla con el dedo fijo mientras giraba el resto del cuerpo, acompañando el paso del tren por la vieja villa donde nació unos ocho años atrás. Con una sonrisa tan amplia que dejaba al descubierto una decena de dientes y muchos huecos de otros que antes fueron y que más tarde volverían a ser, y con el dedo todavía tieso, miró a su abuela Angustias, que le devolvió la sonrisa a pesar de la rabia que le dio que la despertara justo ahora que había cogido el sueño.

- Sí, Paquito, eso significa que ya estamos llegando. Debe de quedar como media hora.

- ¡¡¡Bieeeeeeeennnnnn!!! ¿Y estará mamá esperándonos en la estación?

Angustias cerró los ojos y se hizo la dormida. No encontró mejor forma de evitar que el niño se diera cuenta de que se le habían llenado los ojos de lágrimas. Desde que aquella noche su hija Angelita se escapara con su nuevo marido a París, se había tenido que hacer cargo no sólo de Paquito -¡a sus años... ya no estaba para esos trotes!- sino también, prácticamente, de su yerno. Bah, su yerno...el padre de su nieto.

El pobre hombre nunca había llegado a conocer a su hijo: Angelita lo había abandonado cuando estaba embarazada de cinco meses, por miedo a la maternidad y al matrimonio. A pesar de que lo que había en su interior ya era más un niño que un feto, ella seguía buscando la manera de abortar sin que Antonio se enterara, porque él insistía en tenerlo a toda costa. “No nos casemos si no quieres, pero es nuestro hijo... no puedes matarlo así como así”, suplicaba entre sollozos al tiempo que intentaba apoyar la palma de su mano sobre la panza de Angelita. Ella no se lo permitía, no le permitía el más leve contacto físico, un poco porque en el fondo se sentía sucia y otro poco porque le daba asco ese hombre que le había cagado la vida.

Así que una mañana armó su bolso y se marchó, sin despedirse, de aquella casa en las afueras de la capital adonde se había ido a vivir con Antonio después de aquel verano caluroso y caliente en el pueblo de sus padres, a casi una hora de distancia en autobús. Allí volvió. Se plantó en la quinta donde nació y creció y -antes de saludar como corresponde a una hija después de medio año de ausencia- le anotició a Angustias: “Voy a tener el niño aquí, sola”.

Claro que tener el niño no era sinónimo de criarlo. Significaba apenas expulsarlo de adentro de sí, donde en el último tramo de embarazo ya le quemaba de forma insoportable, y darle la leche materna durante un par de meses, siempre en biberón por el escrúpulo de que se le deformaran los pezones si le daba de mamar. Después, volvió a consagrarse a lo que siempre supo hacer: vagar en medio de la noche, instalarse a la tardecita en el pub del pueblo y contonearse alrededor de la mesa de billar reclamando la atención y las miradas lascivas de los agricultores que apuraban sus pocos momentos de distracción antes de volver a la rutina de sus huertas, competir por quién aguantaba más chupitos de tequila con los camioneros que paraban en el bar de carretera, alguna vez acompañarlos en su viaje y darles la gran alegría de sus monótonas vidas al ofrecerles gratis lo que ya estaban resignados a pagar. Hasta que apareció ese tipo, el franchute, con su auto deportivo, su cuello perfumado y sus requiebros supuestamente poéticos en un español montaraz. Nadie sabía qué pintaba por el pueblo, pero se quedó todo el fin de semana y el domingo por la noche se marchó, en silencio y con Angelita en el lugar del copiloto.

Paquito tenía entonces cinco años, para seis. Y Angustias, a sus setenta y muchos, se echó otra década más al cuerpo, pensando que le había caído encima una responsabilidad mayúscula en lugar de aliviarse por poder dejar atrás la farsa insostenible de ser madre al mismo tiempo de Angelita y de su hijo. En realidad, lo más complicado fue manejar la situación con Antonio, quien desde que se vio abandonado no dejó ni un minuto de soñar con ver al niño, pero nunca se atrevió a acercarse al pueblo por vergüenza. Y Angustias, que sentía una profunda lástima por aquel hombre, tampoco se había atrevido a dar el primer paso, hasta se había mudado a otra ciudad, a trescientos kilómetros de allí, también por vergüenza. Por vergüenza de su hija. Ahora era el momento.

- ¿Estará mamá esperándonos en la estación? –repitió Paquito.

- No, nene. Vas a conocer a tu papá. Tal vez te quedes a vivir con él.

- ¡¡¡Bieeeeeeeennnnnn!!!

Angustias cerró los ojos y volvió a hacerse la dormida.

Palabras claves , ,
publicado por gabardo a las 08:56 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
Más sobre este tema ·  Participar
Comentarios (0) ·  Enviar comentario
Enviar comentario

Nombre:

E-Mail (no será publicado):

Sitio Web (opcional):

Recordar mis datos.
Escriba el código que visualiza en la imagen Escriba el código [Regenerar]:
Formato de texto permitido: <b>Negrita</b>, <i>Cursiva</i>, <u>Subrayado</u>,
<li>· Lista</li>
SOBRE MÍ
FOTO

Paco del Pino

Operario de la información y guerrillero de las letras.
Actualmente -como desde hace una década, ya ven- me desempeño en el diario Primera Edición, de Misiones (Argentina).
Co autor del libro "Sobre esta piedra", la biografía no oficial de Fernando Lugo antes de convertirse en Presidente de Paraguay y en Padre de la Patria y de sus múltiples bastardos.
Contacto: gabardo01@hotmail.com

» Ver perfil

CALENDARIO
Ver mes anterior Abril 2024 Ver mes siguiente
DOLUMAMIJUVISA
123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
282930
BUSCADOR
Blog   Web
TÓPICOS
» actualidad (7)
» agenda (3)
» auto marketing (2)
» ciudad (5)
» colateral (0)
» General (2)
» gente (9)
» letras sueltas (1)
» recomendados (2)
» reflexiones (15)
NUBE DE TAGS  [?]
SECCIONES
» Inicio
ENLACES
FULLServices Network | Crear blog | Privacidad