De tan demócratas que somos, de tanto que defendemos el valor universal y absoluto del sistema democrático (que en realidad son dos cosas muy distintas, aunque estamos acostumbrados a identificarlas), nos estamos convirtiendo en una dictadura de pensamiento único.
La libertad de expresión y de conciencia encuentran cada vez más fronteras que no se pueden traspasar so pena de ser desterrado y condenado al ostracismo. Se utilizan camisas de fuerza mentales para que no podamos siquiera preguntarnos por qué los presos políticos (me refiero a los presos de conciencia, no a los criminales o delincuentes en nombre de un ideal político) son mártires en Cuba o China -por ejemplo- y peligrosos desestabilizadores en otros lugares más civilizados y democráticos, de Estados Unidos para abajo. En nombre de esa libertad y de esa democracia, se proscriben partidos políticos y se desacreditan movimientos sociales cuya ideología no concuerda con las corrientes de pensamiento dominantes.
Hoy ser nazi en Europa central no está mal visto: está prohibido. Ser independentista en Euskadi no está mal visto: está vedado. Expresar públicamente la fe mahometana –a través de la vestimenta o de simbologías- no está mal visto en cada vez más países europeos: está condenado por la ley.
La ideología nazi (que no consiste únicamente en aniquilar judíos) se puede compartir o –preferentemente- no; la causa vasca (que no consiste únicamente en detonar bombas) se puede defender, cuestionar (o incluso comprender) o no; la fe –en cualquiera de sus variantes- se puede profesar, simpatizar o apostatar… o no. Pero el nazismo, la militancia vasca, el integrismo islámico son crímenes cuando se comete algún delito en su nombre o se hace apología (clara y evidente) de esos delitos. Coincidir con esas ideologías/religiones (que en el fondo viene a ser lo mismo) no te convierte en criminal. Y si el voto es la expresión máxima de la democracia –como aseguran los paladines del sistema democrático, aunque yo no lo comparto por más que no los condene- proscribir partidos de ideología nazi (como ocurre en Austria, con gruesa polémica por estos días) o independentista (como ocurre en España desde hace algo más de un lustro) supone criminalizar una ideología. O sea, instaurar un régimen totalitario donde se castiga por pensar distinto.
Seguramente es el miedo el que motiva esta dictadura del pensamiento único. El miedo a las urnas. El miedo al pueblo, a lo que pueda pensar el pueblo. Si estamos tan seguros de tener razón, desearíamos competir voto a voto con ideologías tan malignas como el nazismo, para confirmar que el mundo (el ser humano) aprende de sus errores y es cada vez mejor. No nos animamos a enfrentarlos democráticamente –con su derecho a expresarse libremente y a participar en el juego democrático- porque no estamos seguros de tener la razón.
El miedo está en el germen de todo sistema totalitario, que es el mecanismo de autodefensa de los líderes ante la sociedad a la que se imponen. El terror como política de estado no es más que la sublimación de esos miedos: proscripciones, deportaciones, silenciamientos, masacres, etecé constituyen la vieja estrategia del ataque como mejor forma de defensa. Y esa fórmula se utilizó en el sistema nacional-socialista alemán, en el pseudo comunismo soviético, en el pseudo socialismo cubano, en las sociedades tribales… y también ahora en el sistema democrático. Que, como todos los ejemplos históricos anteriores, de seguir esta línea se condenará antes o después a su propia implosión. Después, que no nos hagan llorar.