Asíntota XII

Con el mismo criterio, ¿cómo debemos entender desde lo trascendente a Adolf Hitler? ¿Cómo un simple sádico? ¿O será alguien que Dios puso en la (nuestra) Historia para que comprendamos que nunca más debemos permitir prácticas como las suyas? Es más, ¿qué sería hoy del sufrido pueblo de Israel si no hubiera existido Hitler? Por lo pronto, no tendría un Estado, que fue creado justamente al término de la Segunda Guerra Mundial como reparación por el daño que padeció a manos del nazismo. ¿No deberían odiar más a Hitler los palestinos –víctimas colaterales y ulteriores de su política macabra- que los judíos? ¿No están los hijos de Sion ante un dramático y angustioso no hay mal que por bien no venga?

¿No deberían los adalides del capitalismo agradecer eternamente a Stalin por aniquilar los fundamentos de la Revolución Rusa (única experiencia de campo que tuvo el comunismo a gran escala), por asesinar –más allá de Trotski, millones de ucranianos y otras yerbas que afeaban su jardín de piedra- las ilusiones de un nuevo mundo? ¿No debería estar el buen Josef en los altares de Wall Street por provocar el cambio adecuado para que nada cambie, por convertir al orden vigente en el menos malo de los existentes o posibles?

En definitiva, ¿podría existir la socialdemocracia que hoy conocemos (y en algunos lugares disfrutan), el llamado “Estado de Bienestar”, el “capitalismo de rostro humano”, sin la presión del demonio rojo? ¿Habría el liberalismo a ultranza hecho alguna concesión de no sentirse amenazado? ¿No es Judas –en sus diferentes nombres, formas y contextos- el motor de nuestra historia?