Sorprende el gran Joan Manuel Serrat en su regreso a las bateas. Y lo hace ya desde el título del nuevo trabajo: "Hijo de la luz y de la sombra", que remite a la poética de la Hispania profunda (la de Miguel Hernández, uno de sus dos grandes referentes junto a Antonio Machado y de quien vuelve a tomar prestadas las letras) y logra -como pocas veces ocurre- conjugar extensión y contundencia: no se me ocurren muchas frases tan largas y tan rotundas. Y lo hace también desde la portada, con una agresiva bandera anarquista que parece sangrar (o derretirse) sobre el nombre del artista.
Luego, cuando se escucha el disco, sorprende por sus ritmos sureños, sus referencias constantes al aire flamenco, al que el poderoso y omnipresente piano eleva a un refinamiento casi de saeta. Rumba estilizada al extremo, algún toque de bulería y hasta unas sevillanas se marca Serrat en este envío, que metatextualmente nos termina remitiendo a Triana, esa banda precisamente de Sevilla que en los años 70 aturdió con discos como "Hijos del agobio" y "De luz y de sombra". ¿Más claro?
En este punto -superada la sorpresa inicial- cabe apuntar tres matices. Punto uno: el disco no deja de ser un homenaje a Miguel Hernández, un alicantino que -por esas cosas del Mediterráneo y sus eclecticismos- es en sus formas uno de los más profundos sevillanos (o jienenses, por caso) que alumbró la literatura española. Punto dos: es el primer trabajo del Noi desde su gira con Joaquín Sabina, ese madrileño por adopción que nunca pudo renegar de sus raíces andaluzas, justamente de Jaén); y todo lo malo se pega, diría él, tan poco cañí. Y el punto definitivo: el catalán universal tiene su origen -no obstante- en el barrio obrero que lo vio nacer y lo crió, el tipo de barrio al que iban a parar los andaluces y extremeños en épocas de vacas flacas: el aire andaluz se respiraba como la polución y estaba pegado a las paredes.
O sea, que no es tan extraño todo esto. De hecho ya lo había apuntado otras veces, pero en pequeñas dosis. Lo que sorprende es que a estas alturas le haya salido algo tan así, tan de otras épocas, tan de los sesenta-setentas, cuando -para mi gusto- nos regaló sus mejores creaciones. Como ocurre con el otro pájaro Sabina, el legado sigue vivo y en crecimiento.
PD: imperdible el tangazo "El hambre", hondo como un quejío flamenco en la boca del Río de la Plata y suave como la brisa de Buenos Aires una tardecita de otoño en una terraza de San Telmo, pero también descarnado como ese hambre del título que es "el primero de los conocimientos, la cosa primera que se aprende", ese hambre que "paseaba sus vacas exprimidas, sus mujeres resecas, sus devoradas ubres, sus ávidas quijadas, sus miserables vidas".
PD de la PD: como curiosidad para el que le interese rebuscar en la red o en las disquerías, los también sevillanos Reincidentes hicieron una turbia y brillante versión rockera de "El hambre". A escuchar se ha dicho.